IMG_2561Desde pequeña fui una rebelde. Tía Alina decía que yo era una rebelde sin causa, pero yo siempre entendía que sí tenía una causa. En mi pequeño mundo, sí entendía que tenía razón para rebelarme.

Mi papá fue político siempre. Dedicado a la política. Mi mamá decidió acompañarlo. O sea que desde que tengo recuerdos de mi niñez, ambos estaban siempre en “campaña”, en el “interior”, en caravanas, mítines, reuniones.

Crecí con ese dolor de no tener una familia “normal”. (Ahora me doy cuenta que no existe una familia “normal”.. todas tienen un bollo) .

Para mi pequeño mundo, esa familia “normal” era que mi papá estuviera 24/7 conmigo. Que me buscara, me llevara, me ayudara con las tareas, y en fin, hiciera todo lo que veía que los “papás” hacían con sus hijos/as en las películas de Hollywood.

Sin embargo, no todo fue política. Recuerdo siempre cuando vivíamos en Santiago, que papá jugaba con nosotros (mi hermano y yo y nuestros amigos) a la pelota, a jugar al escondido, al famoso juego de “Drácula” (nos escondíamos y él iba buscándonos por toda la casa diciendo: “Draaaaculaaaaaa”) ay padre, qué miedo me daba eso. Creo que ahora lo denunciarían por abuso… pero en esa época eso ni se pensaba.   Jugábamos también al juego de “la lata”. Él tiraba una lata con una piedra al inmenso patio que teníamos en Santiago y teníamos que ir a buscarla (todo esto en medio de la oscuridad de la noche). Sí.. ya entiendo por qué era y a veces soy tan miedosa.

Y también recuerdo al papá que me compraba gofio cada vez que me llevaba al colegio y que me decía que yo era la felicidad de la casa, la campanita de la casa, que yo era lo que él más quería, que yo tenía más facilidad para escribir y que escribía mejor que Orlando (jajajaja, sorry, tenía que decirlo), y que yo era una gran abogada y profesional. Del que se preocupaba cuando terminaba con los novios y me veía en gravedad. Al papá que me mandó a comprar una guitarra valenciana para que aprendiera a tocarla (y aprendí y le tocaba y cantaba sus tangos que tanto le gustaban).  Al papá que me “rescataba” en las noches que tenía miedo y me llevaba a su cama con él y mi mamá. Al que cuando nos sentábamos los cuatros (mi papá, mi mamá, Orlando y yo, en su habitación y íbamos poniendo las manos cada uno diciendo: unión, fuerza, amor, venceremos!). También recuerdo al papá que me ayudaba a entender cosas de los estudios del Derecho, me explicaba los casos, me decía: hazme un esquema del caso (y me molestaba muchísimo cuando me pedía eso, y ahora lo entiendo tanto).

Ese era mi papá para mí. Tengo que confesar (creo que lo he dicho antes) que esa rebeldía mía, duró hasta unos tres o cuatro años antes de su muerte. Yo era una “respondona”. Casi todo lo que me decía “le tiraba para atrás”. La verdad que era una fresca, aunque me frenaba al final cuando me veía en esa actitud. Hasta que un día una terapeuta (quien si lee esto se va a recordar y es una persona a quien le tengo un gran cariño y respeto) me dijo: “Dilia, deja de pelear con tu papá. Tu papá está mayor, tu no sabes hasta cuándo él estará vivo. Dile que sí a todo lo que él te diga.” Ese día dejé de luchar. Ese día tiré las armas al piso y acepté a mi papá tal como es y se me acabó el pleito. Uffff… cuánta paz sentí. ¡Qué alivio! A partir de ese momento mi relación con mi papá cambió. Paz y amor fue lo que di y recibí. Hablamos muchísimo.   Tuve la oportunidad de decirle cómo me sentía (sí, todo eso del papá de Hollywood), y eso fue fantástico.

Cuando él tuvo su fatal caída… fui la primera en llegar a la casa, y no olvidaré esa escena. Horrible. ¡Qué dolor! Pero esa caída y su estadía en la clínica me dio aún más tiempo para despedirme de él. De darle las gracias por ser el papá que fue y por transmitirme los valores que hoy me llenan como persona, como mujer, como profesional, como ser humano. Gracias papá. Donde quiera que estés te quiero mucho y te extraño.