Hoy se cumplen tres años de la muerte de mi papá, Salvador Jorge Blanco.

Increíble como pasa el tiempo… parece realmente que fue ayer, como dijo mi hermano Orlando.

Yo creo que lo he dicho antes, pero no pasa un día sin que me acuerde de alguna enseñanza de él, o algún consejo, y creo que tal vez lo he dicho antes, pero decirlo de nuevo, comentarlo, asimilarlo, me sirve de sanación.

Hoy quiero compartir una lección que me ha servido de mucho en mi vida.

No puedo negarlo y siempre lo he dicho:  Soy una rebelde.  Desde pequeña siempre desafié todas las reglas, normas, órdenes (sobre todo órdenes) y límites.  Sin embargo, con el pasar del tiempo, y recientemente, caí en cuenta de que la rebeldía nunca me resolvió ningún problema, nunca logré hacer lo que quise, sino que al final, la rebeldía me hizo daño a mí, más que a nadie.

Sigo siendo rebelde, pero ya ahora he aprendido a pensar, parar y meditar.  Claro, se me va la “guagua” de vez en cuando, porque no soy perfecta.

Fui súper rebelde con mis padres, especialmente con mi papá.  Tanto así, que todo lo que él me decía, yo le decía “no”, al principio, aunque luego cambiara.  Al final de sus años, una terapeuta (sí, he ido y voy a terapia), me dijo:  “Pero Dilia, ya tu papá está mayor, deja de luchar con él, deja de llevarle la contraria, porque no te ha servido de nada, y a todo lo que él te diga, dile que sí”.

Cuando salí de esa terapia, llegué a la oficina, mi papá me dijo con su voz seria y autoritaria: “Dilia, ven acá.”  Ahí me dije a mi misma: “calma mi hermana, calma”.

Fui como una mansa ovejita, me senté frente a él en su escritorio, y me dijo (señalándome): “Dilia, tienes que ir a Santiago, y tienes que visitar a fulano, fulana, fulano, fulana, fulano, fulana, fulano y fulana”.   Mi naturaleza hubiera sido decirle: no, imposible, no tengo que visitar a nadie! Pero, tenía fresco lo que me acababa de decir la terapeuta, y le dije:  “Ok, papá, tú tienes razón, así lo haré.  Déjame organizarme para ir a Santiago y te aviso cuando vaya.”

Mi papá, se quedó igualmente en shock, porque no lo contradije y no pataleé ni nada.  Le rompí los esquemas, al igual que rompí mis propios esquemas.

Cuando salí de su despacho y le dí la espalda, me estrallé de la risa y me dije a mi misma:  “Diantre Dilia, se te acabo el pleito mi hermana! jajajajaja ya no tiene con quien pelear! jajajajajaja”

Ufff.. qué alivio sentí… se me acabó el pleito que por años había tenido con mi papá.

Qué bueno que tuve la oportunidad de tirar la toalla con mi papá y dejar de pelear y aceptar, aceptarlo y aceptarme.  Qué palabra más maravillosa:  aceptación.

Gracias a Dios que los últimos dos o tres años de su vida, pude tener una relación menos tirante con mi papá,
más amorosa, cordial y cariñosa.  Definitivamente, que cuando uno comienza a cambiar, las cosas cambian.

Papá, gracias por ser quien fuiste, gracias por ser como fuiste, y gracias por todas las enseñanzas y lecciones que aún perduran en mi vida.

Isabel, Elia y yo te recordamos con mucho cariño y hacemos historias siempre de tus ocurrencias y del gran abuelo que fuiste para ellas.  Nos haces mucha falta.

Te quiero.

P.D.: Esa foto, me la mandó una persona que me conoce desde hace años… si no me equivoco fue doña Dinorah Cordero que me la mandó.  Ahí estoy pequeña en lo que parece una marcha o en alguna andanza política.  Papá me llevaba agarrada de la mano. Así era él conmigo, protector.