Vivencias con doña Rosa Gómez de Mejía

La repentina muerte de doña Rosa Gómez de Mejía, como a muchas personas, me puso muy triste, me removió la muerte de mis padres, especialmente de mi mamá, que fue tan repentina igualmente. Ese sentimiento de desconcierto, de shock, de asimilar y aceptar sentimientos de tristeza, de dolor y hasta el no saber qué se siente. Eso viví el lunes 21 de marzo en la noche, al enterarme de la noticia.

Sin embargo, quiero recordar unas experiencias que viví con doña Rosa y que sin saberlo le dio un impulso importante a mi carrera profesional y ¿por qué no? Hasta rindió sus frutos al país.

En el año 2000 estuve como abogada de un caso de sustracción de menores solicitando que un menor de edad fuera retornado a su país de residencia habitual. El caso se resolvió favorablemente casi dos años después de litigios en los tribunales.

Posteriormente me puse a investigar por internet sobre la sustracción internacional de menores alrededor del mundo y me enteré de la existencia del Convenio de La Haya sobre Sustracción Internacional de Menores. Una persona me dijo: “Sí, el Convenio es el mejor instrumento internacional para poder recuperar a los menores de edad que son trasladados o retenidos ilícitamente fuera de su país de residencia habitual”. Y me siguió diciendo: “Me imagino que vas para La Haya en marzo del 2001 donde se estará discutiendo la aplicación del Convenio entre los países contratantes.”

Yo, me quedé sorprendida. Solamente había escuchado hablar de La Haya, a través de la historia de la Primera Guerra Mundial. Desconocía totalmente la existencia de un organismo internacional con ese nombre y mucho menos la existencia de ese Convenio.

Luego de informarme en enero del 2001 que para participar en esa reunión tenía que representar al gobierno o ser parte de una ONG internacional, comencé a visitar a cada autoridad del gobierno vinculada con el tema de niñez y relaciones internacionales, desde la mínima jerarquía hasta la máxima jerarquía, para que me ayudaran a acreditarme ante la Conferencia de La Haya y poder representar al país en esa reunión. Yo siempre decía: “no quiero que me paguen nada, sólo quiero que me acrediten.”

Mi estrategia era ir desde el funcionario o funcionaria de menor jerarquía y si no me resolvían, ir escalando.

Y así terminé en el Despacho de la Primera Dama donde doña Rosa a principios del 2001. Me recibió una amiga y colaboradora de ella, Carmen Amaro de Bergés y le expliqué lo que yo necesitaba. En esa conversación apareció doña Rosa, me saludó como siempre con tanto cariño y amabilidad. Doña Carmen le explicó y doña Rosa dijo: “Oh pero claro mija, vamos a escribirle a Hugo (don Hugo Tolentino Dipp, entonces Canciller) para que te acrediten.”

Y así, terminé acreditada, representando al país en la IV Reunión de la Comisión Especial para revisar la aplicación del Convenio de La Haya sobre Sustracción Internacional de Menores. Eso me abrió la puerta a otro mundo, a otro nivel, a conocer el convenio a profundidad y a poder conocer y socializar con eminentes juristas de diferentes países (incluyendo Elisa Pérez Vera, relatora del Informe Explicativo del Convenio). Al final del período del Presidente Hipólito Mejía (2000-2004), ese Convenio fue finalmente ratificado por la República Dominicana.

Posteriormente tuve la oportunidad de trabajar como relatora de una reunión de Primeras Damas de la región, que se organizó en el país y que estuvo encabezada por doña Rosa.

En esas oportunidades pude estar cerca de doña Rosa y recibir de ella su apoyo, lo que para mí tiene y tuvo en su momento mucho significado personal y profesional.

No olvidaré cómo me sentí cuando fui a su Despacho para gestionar la acreditación. Me sentía que estaba sentada en la sala de mi casa, tomando café, hablando tranquilamente y doña Rosa se acercó sin mayores protocolos. Me hizo sentir como que estaba en su casa y no en un “Despacho de Primera Dama”. Me encantó. Es que ella era así.

No quise dejar de escribirlo y de recordarla. Hasta ahora no había hecho consciencia de que ella ha sido parte importante de mi vida profesional y cómo eso me ayudó a crecer personalmente también.

Que en paz descanse querida doña Rosa. Yo sé que usted desde el cielo sigue cuidando a los suyos, igual como siento a mi papá y mi mamá cuidándonos aquí. Gracias por haberme escuchado, apoyarme y abrirme las puertas.