Hoy es el segundo año que mi papá no está físicamente con nosotros en el día de los padres, pero no hay prácticamente un día en que no piense en él o en mi mamá, y sobre todo ejerciendo mi profesión, recuerde sus consejos, sus palabras, sus frases.
Desde que nací mi papá ya se dedicaba a la política.  Sin embargo, a pesar de haber sentido su ausencia muchas veces, también recuerdo su atención a mi, a lo que me pasaba, a lo que sucedía en el colegio o con las amigas, con los enamorados.
Mi papá escribió un relato cuando nací.  Desde ahí comenzó a demostrar lo mucho que deseaba mi nacimiento y el cuidado que tuvo con mi mamá para que yo naciera con vida.  Recuerdo cómo él lo contaba con tanta emoción, cuando yo iba a nacer, porque mi mamá era diabética y fue un reto para la medicina local, que tanto mi hermano y yo naciéramos.  Nacimos ambos a los 7 meses de gestación.  Papá nos contaba que las primeras incubadoras que llegaron a Santiago, fueron la de Orlando y luego la mía (sí, Orlando es mayor que yo, lo que pasa es que él tiene “baby face” jajajaja).  Nos contó que le pidió a su amigo Orlando Haza que buscara las incubadoras a Santo Domingo que habían llegado desde Puerto Rico, y que cuando don Orlando llegó al aeropuerto preguntaba por unas “incubadoras para pollitos” jajajajajaja. Don Orlando no sabía que existían incubadoras para niños.
Mi papá no era un papá zalamero o de dar muchos abrazos y besos.  Pero mostraba su cariño de otra forma:  me levantaba cantando todos los días  (los viernes me decía -luego de cantar- “levántate, hoy es el mejor día de la semana”) , me decía todos los días: “qué dice lo que yo más quiero?”, me decía:  “Dilín, Dilán, cara de sacristán” o me decía “Querubina”, me enseñó su amor por la música y la guitarra, su pasión por la lectura y escribir.  Me decía que debía ser disciplinada.  No había cosa que me molestara más que me dijera eso, pero hoy me doy cuenta que sin disciplina no puedo llegar a ningún sitio.
Estaba muy orgulloso de mí, de mi ejercicio, de mi desempeño como madre, siempre me lo decía y se lo decía a quienes lo visitaran.  Y amaba a mis hijas. Dios sabe cómo hace las cosas.  Cuando mamá murió, mi relación con él se estrechó más y también más con mis hijas.  Iba con mis hijas en las tardes a las diligencias que ellas tenían que hacer (clases extracurriculares, etc.) y yo estaba más atenta a él.
Cuando estuvo ese mes en coma, antes de morir, me dio la oportunidad, a mi, de hacer las paces con él.  De entender que él hizo lo mejor que pudo para mi educación, para mostrar su cariño, su amor.  Le di las gracias por haber sido el padre que fue y por haberme enseñado tantos valores que hoy viven conmigo: honestidad, lealtad, solidaridad, entre otros.
Gracias Dios por darme el padre que tuve.  Te quiero mucho papá.